El Cusco, donde se inicia el relato, es el centro simbólico del mundo al que pertenece el protagonista. Destino del peregrinaje, la antigua capital de los incas tendría que ser el sitio del bienestar y del reposo. Por el contrario, se convierte en una escala turbadora de la existencia, pues en ella impera una semifeudalidad andina que, dentro de la novela, es semejante al Mal -a la vez metafísico y tangible- de las novelas góticas. "Los señores avaros habrían envenenado quizás, con su aliento, la tierra de la ciudad", conjetura Ernesto al partir con su padre, fracasado el "extraño proyecto" que los había llevado hasta la residencia del Viejo, el pariente cruel y devoto, señor de cuatro haciendas, que usurpa el lugar utópico de la autoridad legítima. Esa atmósfera maldita, sin embargo, no anula la experiencia de lo sublime, que arrebata a Ernesto durante su ritual privado ante el muro del palacio de Inca Roca o cuando de noche escucha, transido, "el canto de la María Angola", la campana de la catedral. Para la sensibilidad a la vez alerta y febril del protagonista, en el Cusco -como, luego, en Abancay- se representa la tragedia de la comunicación en una sociedad bilingüe y dividida por ancestrales barreras étnicas y de clase. En esa tragedia, donde el saber mítico y la densidad histórica se conjugan, él es el actor que hace de testigo.
En "La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú", Arguedas confiesa que a principios de los años 30, mientras se esforzaba por darle forma a los relatos de Agua (1935), le "alumbraron el camino" dos libros: El tungsteno, de César Vallejo, y Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Los ríos profundosmuestra -sin calco ni copia, por cierto- que, en las décadas siguientes, Arguedas no habría de olvidar el relato elegíaco de Güiraldes. En efecto, Los ríos profundoses también una novela de aprendizaje, como aquella en la cual Fabio Cáceres -que, al comenzar la historia, tiene la misma edad que Ernesto- evoca sus andanzas por la pampa argentina con su mentor, el gaucho Sombra. En ambos textos, la crisis adolescente se presenta como una búsqueda del sentido de la socialización; en los dos, el vínculo estrecho con el paisaje natural y con la cultura popular nutre y fortalece al personaje durante un estadio crucial de su vida. Hay, sin embargo, una diferencia de fondo. En la novela de Arguedas no hay un maestro que, armoniosamente, guíe al púber por la ruta de su formación. De hecho, las figuras masculinas de autoridad -el padre biológico o el Padre Linares, "santo predicador de Abancay y director del colegio"- son, en un sentido radical, ambiguas. En rigor, no son modelos de conducta, sino objetos de observación. Como señala Franco Moretti, el sub-género de la novela de aprendizaje se bifurca en dos grandes vertientes: en una, el héroe se integra al orden adulto; en la otra, esa integración es problemática o imposible. Don Segundo Sombrailustra, sobriamente, la primera opción. Los ríos profundos, con agónica intensidad, ilumina la segunda.
xd
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